199° Aniversario de la Revolución de Mayo

Imaginemos un día nublado y medio lluvioso, de esos que son tan frecuentes en el otoño porteño.
El cabildo abierto del 22 de mayo reunió a los vecinos de una Buenos Aires colonizada. Se discutían las bases conceptuales y jurídicas que fundamentarían el relevo del virrey y su reemplazo por una junta designada ­por el pueblo. La asamblea reunida frente al Cabildo en la mañana del 25 de Mayo marcó la transición del sistema colonial a un régimen nuevo, implícitamente comprometido con la independencia de estas tierras.
Si bien el sistema democrático que conocemos hoy en día estaba muy lejos, la Revolución de Mayo fue heroica al deponer a un representante del rey y reemplazarlo por un cuerpo colegiado, algo insólito y atrevido para la época. Un pueblo, si bien representado por una minoría, se decidía a romper con sus lazos ancestrales para sentar las bases de lo que sería el incipiente nacimiento de nuestra Nación.
Tanto en la reunión abierta del 22 como en el compromiso adquirido el 25 de Mayo por los componentes de la Junta, se dejó claramente sentada la necesidad de convocar a los representantes del pueblo de las restantes ciudades del virreinato para que homologaran lo decidido por el de Buenos Aires. Si éste había obrado como lo hizo era por razones de urgencia, como "hermana mayor" -según dijo Paso­. Pero se reconocía la necesidad de que un avance tan trascendente quedara avalado por el pueblo del virreinato. Se vislumbraba así la noción del federalismo como sostén de un pueblo unificado.
Han pasado 199 años de aquella mañana de mayo, y bien vale reflexionar sobre qué hemos hecho como pueblo y qué senda estamos recorriendo. ¿Nos hemos alejado vergonzosamente de los principios de aquellos que forjaron nuestra libertad? ¿Les hemos dado la espalda enceguecidos por el individualismo y la codicia?
A tal propósito bien vale rescatar las palabras de Mariano Moreno: “El gobierno antiguo nos había condenado a vegetar en la oscuridad y abatimiento, pero como la naturaleza nos ha criado para grandes cosas, hemos empezado a obrarlas, limpiando el terreno de tanto mandón ignorante. Felizmente, se observa en nuestras gentes, que sacudido el antiguo adormecimiento, manifiestan un espíritu noble, dispuesto para grandes cosas y capaz de cualesquier sacrificios que conduzcan a la consolidación del bien general.”
La sociedad en la que vivimos se ha vuelto a dormir, descansando en el sueño de sus intereses personales, abandonando el interés por el bien común. Desganada, deja que sus gobernantes abusen de su poder y fomenten la ignorancia de un pueblo al cual vapulean con trampas y engaños, pueblo que se desgrana de hambre y violencia ante la indiferencia generalizada. Salimos a la calle cuando nos tocan el bolsillo, pero no cuando nos confunden con vergonzantes maniobras electorales que erosionan nuestra soberanía popular; nos horrorizamos cuando matan a nuestro vecino, pero permanecemos impávidos ante los niños que mueren de hambre cada día en nuestro país.
Se ha perdido aquél espíritu noble del que hablaba Moreno, la unión de un pueblo dispuesto a trabajar y sacrificarse por el bien de todos, por la libertad y la justicia. La revolución ha sido reemplazada por el egoísmo y la ceguera.
Por eso esta Juventud quiere aprovechar esta fecha tan particular para revitalizar los valores con los que soñaron los fundadores de nuestra patria, y así intentar despertarnos de la somnolencia en la que estamos sumidos.
Recuperemos aquél espíritu noble y revolucionario, rescatemos al menos una pizca del altruismo de aquellos grandes hombres que trabajaron para que cientos de generaciones convivan en una nación unificada, y libre. Tengamos presentes estas palabras de Manuel Belgrano como una guía para retomar el camino del que nos hemos desviado:
“Trabajé siempre para mi patria poniendo voluntad, no incertidumbre; método no desorden; disciplina, no caos; constancia no improvisación; firmeza, no blandura; magnanimidad, no condescendencia.”