
Se nos fue Alfonsín y todavía no sabemos bien dónde estamos parados, dónde se encuentra su legado, dónde ir a buscar sus palabras que tanto nos hacen falta, sus consejos que ya no abundan, sus diálogos perdidos, sus discursos cargados de energía. Tan en deuda quedamos con él, sobre todo esta generación nacida y crecida en democracia, que día a día nos damos cuenta que su presencia es cada vez más necesaria, cada vez más indispensable, cada vez más imposible.
Se nos fue el Demócrata, el hombre que creyó en la democracia cuando nadie creía, el hombre que hablaba de derechos humanos cuando nadie lo hacía, el hombre que juzgó a los leones cuando no estaban enjaulados. Y sobre estas lágrimas que pretenden llenar el vacío que nos dejó Alfonsín, es aún más impactante ver a la Democracia revolcándose en el piso, triste, desconsolada, llorando la muerte de su Padre.
Se nos fue el hombre que encarnó aquel amanecer al final de la larga noche. Se nos fue el líder incomprendido, el hombre que pensó el país de los próximos veinte años, el que procuró no derramar sangre, el hombre del Consejo para la Consolidación de la Democracia, el hombre del Congreso Pedagógico. Se nos fue él, pero también nos fuimos nosotros. Una parte nuestra se fue con aquel octogenario de vida sencilla y cualidades humanas inestimables.